miércoles, 2 de diciembre de 2015

Amanecer en Angkor

Suena la alarma del móvil, son las 4 de la madrugada. Ahora mismo me estoy acordando muy mucho de la madre del tío del tuk-tuk. Me lo encontré en la puerta del hotel según llegaba de cenar, dije que le invitaba a una cerveza por el día tan bueno que pasamos viendo templos en Angkor y me dijo que me llevaba a un lugar de gente camboyana, que así me saldría más barata la invitación. Así que le hice caso y me dejé llevar. Terminamos en algo que parecía más bien un club de alterne, restaurante, karaoke, bar,... no sé muy bien cómo definirlo, pero sí que había chicas de compañía. Eso sí, ni rastro de occidentales, todo camboyanos. Total, nos sentamos en una mesa y pedimos unas cervezas. Se nos acercó un grupo de chicas para ver si queríamos compañía, a lo que cortésmente declinamos la invitación para seguir con nuestra animada conversación sobre la vida en Camboya, en España y en el mundo en general. Lo que iban a ser unas cervezas se convirtió en un cubo con varios trozos de pollo rebozado mojados en diferentes salsas, unas más picantes que otras. La noche discurría entre conversación, cervezas y pollo, hasta que por fin nos dimos cuenta que era casi medianoche y yo tenía que madrugar mucho para el amanecer. Pedimos la cuenta y, lo que iba a ser una invitación por mi parte, se convirtió casi en un pago a medias, yo no llevaba dólares suficientes para pagar (había salido con 15 y eran 18), así que el camboyano tuvo que aflojar su parte, pidiéndome disculpas porque al final nos habíamos venido arriba y la cuenta fue algo más elevada de lo esperado en un principio. Disculpas aceptadas, no pasa nada, son esas noches que siempre se quedarán grabadas en la memoria de uno. Cuántas noches puede uno recordar irse de cervezas con un camboyano a un antro y que toque pagar a pachas, "priceless".

Total, que son las 4am, tengo más sueño que vergüenza, me lavo la cara y saco fuerzas para coger la mochila y dirigirme a coger la bici para hacerme los 8 kilómetros a oscuras hasta Angkor. Despierto al de seguridad del aparcamiento que estaba durmiendo al raso, cojo la bici, enciendo un pequeño frontal que llevo y me pongo en marcha. He memorizado el recorrido porque sabía que no sería capaz de leer ningún cartel a esas horas, ya de por sí difíciles de encontrar en algunas calles. Según avanzo, me adentro en la avenida principal y empiezo a ver un par de tuktuks con turistas camino de Angkor, vamos todos a lo mismo, ver el amanecer allí. Me ayudo de las luces traseras rojas para guiarme, está realmente oscuro y lo único que hace mi frontal es atraer a todos los bichos volantes de la zona a mi cara, mejor cerrar la boca y casi los ojos. Paso por el control de seguridad enseñando el ticket que me hice el día anterior (lleva mi foto y todo) y sigo para Angkor Wat, todavía me quedan unos kilómetros. El calor es bastante fuerte pese a no haber salido el sol todavía. No puedo dejar de reírme al recordar a la gente del hotel diciéndome que a esas horas suele hacer fresco casi frío. Perdonad que me ría, 28 grados no son frío, al menos en mi pueblo.

Por fin llego a Angkor Wat, ato la bici a una valla y me dirijo al templo. La verdad es que somos pocos, pero al poco empieza a llegar mucha más gente. Mientras ya he cruzado la entrada y voy para la zona del pequeño estanque, la vista deseada por todo el que va porque con los primeros rayos, se refleja en el estanque la impresionante estampa de la fachada principal de Angkor Wat. Me quedo un poco retrasado porque hay mucha gente al borde del estanque, prefiero verlo desde atrás y no sentir que estoy en Preciados en plenas navidades, llamadme loco, pero creo que un sitio tan mágico y especial, se disfruta un poco más en silencio y no con el bullicio de turistas y vendedores.
Después de casi una hora, la luz empieza a despuntar y se puede ver nítidamente la figura del templo en el agua. Es un amanecer precioso en ese lugar tan especial, algo que se queda en la retina, lo sientes único. Para mí el espectáculo ya se ha terminado ahí y me dirijo a ver otros templos que seguramente estén vacíos en ese momento. Cojo la bici y me pongo en marcha, esta vez sin prisa y disfrutando de detalles de algún templo ya visitado, y deleitándome con algún templo sin visitar.

Me paso el día de templo en templo y cuando me quiero dar cuenta son las 3 de la tarde, llevo una tremenda sudada y calculando a ojo he recorrido casi 30 kilómetros, así que decido volver ya para el hotel, necesito una hora de piscina por lo menos para relajarme. Me pongo en marcha, todavía me esperan unos 10 kilómetros hasta el hotel y las fuerzas no son las del principio. Esa noche toca descansar y hacer mochila, al día siguiente salto para Tailandia y tengo que dejar todo preparado.

Ya he pasado un ratito en la piscina, devuelto la bici de alquiler y me he pegado una ducha relajante, y ahora me voy directamente para Pub Street, la mítica calle de la "fiesta" de Siem Reap, que no la vi el día anterior por razones "camboyanas". Cuando llegó allí no me gusta mucho, todo muy enfocado para el turista, concretamente el de borrachera fácil, así que me alejo un poco después del paseo y termino cenando en un indio, por cambiar un poco la dieta de estas últimas semanas. De ahí directamente a la cama, dando gracias por no encontrarme en la puerta del hotel al tío del tuktuk y que me volviera a liar.

Tailandia espera.

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