sábado, 21 de octubre de 2017

La Imperial Mandalay

El caso es que íbamos para le hotel y terminamos liándonos... sí, encontramos lo que viene siendo una feria de camino al hotel, en mitad de una calle, con puestos de comida, bebida, juegos, hasta una noria! Lo que nos lleva a la conclusión de que en todos los sitios somos iguales los humanos. Da igual dónde hayas nacido que a todos nos gusta el cachondeo, la comida y la bebida, eso es indiscutible, al fin y al cabo es lo que nos hace sentir vivos. Pues estuvimos dando una vuelta y comiendo de los puestos todo lo que nos apetecía probar. Lo cierto es que hubiera probado todo, tenía muy buena pinta. Al final, se nos fue un poco la hora prevista inicialmente, y nos acostamos un poco más tarde, nada grave.
Ya con otro nuevo día, desayunados, nos dirigimos a Mandalay. Cogimos un avión a buen precio y nos evitamos esos interminable buses nocturnos donde es complicado dormir algo más de 1 hora.
Llegados a Mandalay preguntamos para ir al centro desde el aeropuerto y nos indicaron que hay un bus que te lleva al centro, aparentemente lo opera una empresa estatal que es la que te vende los billetes, así que allí mismo se pueden comprar. Eso hicimos y nos dispusimos. El autobús es de esos pequeños, tipo minibus, lleno de ganchillo y adornos caseros por todos los lados, aunque los asientos parecen mulliditos. Esperamos un rato hasta que otros pasajeros subieron y partimos hacia el centro. La carretera estaba llena de baches y casi terminamos con la cabeza incrustada en el techo, recordad no ir en la parte trasera de un autobús de esos si tenéis oportunidad de escoger, aunque deja de ser divertido. Poco a poco, me fui fijando en que la carretera, realmente, son piedras partidas, casi trituradas y alisadas con una apisonadora. Puedes ver en el borde de la carretera, en muchos tramos, a un montón de gente preparando dichas piedras, partiéndolas a mano y colocándolas para que pase la apisonadora para rematar el trabajo.
Llegamos a Mandalay! Nos dejan en la puerta del hotel, el cual nos han preguntado primero, nos van dejando uno a uno cuál es nuestra parada. Nos reciben con un zumo y una gran sonrisa, siempre tratan de agradar al máximo. Es mediodía y hay un poco de hambre aunque en el vuelo nos han dado algo de beber y un par de bollos artesanos que venían envueltos en papel film transparente de forma manual. Un trayecto de poco menos de una hora (alguien debería aprender en las aerolíneas europeas, no fomentéis el gremling de Ryanair).
Ya en plena calle, con un calor y humedad sofocantes, pasamos por la puerta de un sitio con comida thai...zas! viva el curry verde! Muy agradable la gente y refrescante la lata de Chang que cayó. Ahora sí estábamos listos para salir a ver cosas.
Caminando por la zona del Palacio, observando su gran canal que lo rodea, dimos con un taxista esperando incautos a la sombra, aunque más bien dio él con nosotros. Total, que terminó liándonos y nosotros dejándonos liar y acordamos que nos llevaría esa misma tarde a ver un montón de sitios y pagodas, y así fue. El hombre muy simpático, bromeaba sobre lo malos que son los políticos en todos los sitios y que estaba en contra de que el gobierno corrupto cobrara impuestos y tasas a los extranjeros y que ellos, los birmanos, no vieran grandes mejoras en su sociedad. Comentaba que fue profesor, pero cuando cambiaron el régimen le tocó ser taxista, menudo cambio! Lo bueno es que hablaba inglés y, a pesar de la falta de dientes (joder con las dentaduras), nos entendíamos más o menos. Pagoda arriba, pagoda abajo. Finalmente terminamos en la pagoda más alta de Mandalay, tan solo hay que subir 1700 escalones para llegar arriba, lo que con el calor y la humedad, se hace bastante pesado, aunque hay una parte que se puede subir en coche y llega casi hasta arriba, pero no tiene gracia si no llegas sudado y moribundo, no? Así que empezamos a subir, y subir, y subir... pasando por tramos donde se podía observar algo de las vistas que nos esperarían 600 escalones más para arriba. Un tramo empinado donde tocó agarrarse a barandilla, no sé si fruto del cansancio o más bien de la verticalidad. A mí había escalones en los que no me entraba complementamente el pie (calzo un 43). Pero llegamos arriba! Las vistas al atardecer eran lo que prometía, espectaculares de todo Mandalay. Estábamos en Mandalay Hill, por fin.





Disfrutamos un ratito de las vistas, había bastante gente pero es grande y no da esa sensación de muchedumbre. Un poquito de la puesta de sol y tocaba bajar, teníamos un ratito hasta abajo y sin luz sería un poco más pesado. No teníamos el frontal, se quedó en el hotel puesto que no teníamos pensado liarnos tanto como hicimos, nos va la marcha. Bajamos, y bajamos. La mayoría de puestos de comida y bebida habían cerrado ya, había locales que seguían subiendo con comida, imagino que para cenar allí o incluso dormir en algún rincón. Lo bueno de estas temperaturas es que no necesitas nada para abrigarte, es que ni refresca por la noche, aunque alguno vi con chaqueta finita... qué calor! Nos paramos en un puesto que tenía postales, ya que no habíamos visto muchos sitios de postales y ons gusta coleccionar de viajes. En ese momento noté que me picaban 2 mosquitos, o el mismo 2 veces. Pude sentirlo y al momento, se me hinchó la parte del picotazo, tenía 2 pómulos en lugar de uno. Maldito!
Llegamos a bajo después de un largo paseo y allí seguía el taxista, esperando con cafés y mascando tabaco. Fin, vámonos para el hotel que necesitamos una ducha y zampar algo, tarde improvisada de algo más de 5 horas. Cuando llegamos, una ducha rápida y salimos de nuevo a la calle a comer algo, ya empezaban a cerrar sitios y puestos, pero encontramos un pequeño puesto en una acera (por llamarla de alguna manera), no había mucha luz, pero tenía unas mesitas bajitas de plástico y unos taburetes, suficiente. Nos entendimos por señas con las señoras del puesto, básicamente era si noodles o arroz, que era la base del plato, luego empezaron a traer un montón de verduras, pollo y cerdo para acompañar los noodles, con salsas a cual más picante y una sopa, un caldo de pollo y verduras riquísimo, con un poco de picante. Con la mesa llena y surtida, nos debieron ver rasgos segovianos y nos dieron un par de bolsitas de cortezas de cerdo, sí, cortezas! Estaban buenísimas. Nos pusimos de comer hasta las orejas y con la boca echando fuego del picante, nada que no se bajara con un poco de arroz blanco y agua fresca. Una cena espectacular y mucho más espectacular el trato de la gente, encantados. El precio os lo podéis imaginar, si no ya os lo digo yo. Muy barato.
Ahora sí que de vuelta, toca dormir, pero antes el show de la mosquitera... aunque finalmente siempre conseguimos colocarla de alguna manera. Mandalay y alrededores esperan mañana, hemos quedado con el taxista para ir a ver más cositas, nos ha caido muy bien el señor. Por cierto, tengo su tarjeta, por si os interesa el contacto.

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