domingo, 22 de octubre de 2017

U-bein y alrededores

Desayunamos con calma mientras esperábamos que nos recogiera el taxista con el que acordamos el paseo para hoy. Así apareció y emprendimos nuestra marcha hacia un monasterio cerca del famoso puente de U-bein, tan mitificado por sus atardeceres tranquilos. Estuvimos viendo un sitio donde fabricaban las faldas que llevan hombres y mujeres en Myanmar, hechas de algodón o seda. Encontramos unos viejos telares y unas afanadas mujeres creando aquellas maravillas con sus complicados patrones. Entre el ruido acompasado y los movimientos, uno se podía quedar hipnotizado mirando aquella maestría. Obviamente, era la típica visita para que compraras en la tienda de al lado que es donde ellos hacen dinero. Cuando terminamos, fuimos al monasterio budista.
Paseamos por dicho monasterio, viendo escenas muy curiosas para nosotros, como los monjes lavándose con las túnicas que llevan puestas, lanzándose cubos de agua y usando un poco de jabón de manos. Algunos bromeaban entre sí, sobre todo los más jóvenes. Los podías encontrar de todas las edades, desde niños de 7 u 8 años hasta adultos entrados ya en la vejez. Tenían sus edificios de oración, su biblioteca, sus aposentos. Todo de forma muy austera y sencilla, no necesitan mucho para vivir dedicados a la oración.
Pasado un rato, escuchamos que llamaban para comer, era temprano, serían las 10 de la mañana, y hubo un revuelo entre un montón de turistas de un numeroso grupo, los cuales enfilaron hacia la zona del comedor. Nosotros estuvimos un rato más paseando por el complejo para seguir viendo eficios. Unos 30 minutos después fuimos para el comedor y nos encontramos a un montón de turistas, cámara en mano, haciendo un pasillo enorme, y el patio de la entrada al comedor llena de personas para servir la comida de unas grandes ollas. La comida básicamente consiste en arroz blanco y una especie de pan, y solo una vez al día, imaginaos. Empezaron a formar en fila todos los monjes, apareciendo de todos los sitios del monasterio, cientos de ellos. Había un señor, aparentemente birmano y turista, que había llevado un montón de bolsas de algo de comer, e iba repartiendo monje por monje cada bolsita. Es muy típico ver a los monjes fuera de los monasterios acercándose a los sitios para pedir comida. Este señor fue uno por uno dándoles bolsa a bolsa. De pronto, el que parecía el monje que dirigía todo aquello, hizo una señal y comenzaron a servir la comida. Fue un momento muy ceremonioso ver a todos aquellos monjes y monjas (también había mueres, con unas túnicas en rosa y naranja). Pasaban en silencio, abrían el recipiente que llevan todos, recibían su ración de arroz blanco y entraban dentro del comedor, o bien salían para comerlo fuera. No dejaba de ser un poco chocante ver a tanta gente disparando fotos del momento, como si no hubiéramos visto dar de comer nunca a alguien. Es muy complicado saber dónde termina la curiosidad y empieza el circo con este tipo de cosas. Por un momento, te pones en su lugar, en el lugar de los monjes, o al menos tratar de hacerlo, y qué pensaría uno entonces. Curioso.


Estuvimos un rato más y nos fuimos a ver el puente de U-bein, ya pegaba el sol de buena gana y recorrimos un poco aquellas viejas tablas para poder observar el paisaje desde una perspectiva diferente. Era curioso ver a los pescadores metidos dentro del agua hasta el cuello, con rústicas cañas de pescar y alguna que otra caña de bambú para ayudarles a moverse en aquel fango. Dimos un paseo y nos fuimos, ya volveríamos por la tarde para ver la puesta de sol. Nos íbamos para Inwa, una pequeña zona con templos antiguos y pintorescos lugareños.
Después de varios peajes llegamos, aunque no esperéis peajes como los que conocéis, aquí la gente no para ni para pagar, se lo preparan en la mano y según pasan se lo dan en movimiento, rápido e indoloro, y eso que la carretera de pago es la misma que la de no pago, piedras trituradas y alisadas.
Estábamos en un pequeño embarcadero para cruzar a Inwa. Había una barca que cruzaba constantemente de orilla a orilla. Cuando nos acercábamos a la otra orilla, un montón de mujeres cogían posición para tratar de vender diferentes tipos de objetos tallados y pulseras. "Mingalaba" según llegamos y casi sin salir de la barca te empezaban a preguntar de dónde eras para tratar de acertar alguna palabra en tu idioma y captar tu atención para vender. Según subíamos un pequeño repecho en tierra, comenzamos a ver caballos y más caballos enganchados a carreteras destartaladas con una especie de tacos en las ruedas para, imagino, coger tracción. Se podía ver una gran cantidad de barro, lo que indicaba que había llovido allí no hacía mucho tiempo. Decidimos ir por nuestra cuenta, a pie, para explorar un poco aquello y pasear, al final es mucho tiempo sentado en un coche entre trayecto y trayecto. Pudimos sentir la humedad de la zona, con el calor agobiante, y el camino se empezó a hacer un poco duro al cabo de una hora andando. Cada vez que nos cruzábamos con alguna carreta nos decían que el pueblo estaba muy lejos, pero declinábamos la oferta amablemente porque queríamos andar. Comento que se puede hacer andando, aunque no es fácil porque no vais a encontrar ninguna indicación, ni cartel que podáis entender, todo está escrito en birmano y no es que haya mucho escrito, pero sí bastantes cruces de caminos como para que no sepáis hacia dónde hay que ir. Al final nos terminamos todo el agua que llevábamos y aparecimos en un pueblo. Seguíamos andando y una mujer, desde su casa, nos ofreció una carreta. Ya cansados de dar vueltas porque no sabíamos ni dónde teníamos que ir, aceptamos el ofrecimiento, total, la gente de allí vive de eso. La mujer sacó la carreta y fuimos con ella a ver varios templos. La verdad es que luego nos dimos cuenta que no nos quedaba más de una hora para llegar al punto más lejano del recorrido, pero ya estábamos con el lío. Tuvimos un momento donde casi terminamos con la carreta y el caballo en un arrozal, el caballo pasó al lado de una plácida vaca, esta se movió un poco y el podenco asustado giró y terminamos medio de lado a punto de volcar sobre el arrozal inundado. Risas... La mujer muy simpática todo el camino, tratando de hacerse entender con nosotros, nos llevo a ver un par de templos antiguos y luego a un sitio al lado de su casa para que comiéramos. La mujer nos dejó allí y se fue a hacer recados o algo parecido, la vimos pasar un par de veces mientras comíamos. La comida estaba exquisita, es difícil encontra aquí algún sitio donde cocinen mal.
Finalmente, vinieron a recogernos para ver el último tramo, un templo antiguo, antes de volver al barco para cruzar. Pudimos ver alguna serpiente cruzar la carretera y algún que otro animal, muy animado el paisaje selvático. Llegamos al embarcadero y nos encontramos unos niños jugando en la orilla del río, se estaban bañando con una rueda de neumático hinchada, disfrutando a grito pelado. Llegó el barco con una scooter, desembarcaron todos y nos subimos dispuestos a volver con nuestro taxista. Nos tocó esperar un ratito a la sombra de un gran árbol, mientras bebíamos agua fresca, el calor y la humedad eran sofocantes. Nos faltaba por ir a ver el puente con el atardecer.
Llegamos a U-Bein y aquello parecía la calle Preciados en Navidad. Miles de personas y coches por todos los lados. Todo el mundo quería ir al puente para ver atardecer. Nos acercamos un poco, hasta la entrada, y aquello era una misión suicida. Lo raro es que no colapsara aquel viejo puente de madera con tanta gente yendo y viniendo por encima de él. Decidimos que el atardecer podríamos verlo desde un chiringuito que habíamos visto donde además ponían cerveza, eso sí que es un atardecer bonito. Cruzamos todo aquel gentío y desde la rústica terracita disfrutamos de la cerveza, que terminaron siendo varias cervezas, mientras veíamos un el ir y venir incesante de barcas llenas de turistas que se acercaban a la mitad del puente para tener una mejor visión del atardecer. El nuestro fue con cerveza y mucha menos gente, creo que éramos 6 personas en la terraza.


Esa fue nuestra despedida da Mandalay, tocaba recogerse porque Bagan y sus templos ancestrales esperaban al día siguiente.

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